Aunque no conocemos la identidad de la protagonista —posiblemente pintada a fines del siglo XVIII—, suponemos la dama debió pertenecer a una familia de solidez económica. Particularmente resalta la joyería que, desde siglos anteriores, estaba vinculada con una tradición artística enfocada a seducir los sentidos por medio de la exaltación de delicadas cualidades visuales y táctiles. Los detalles del atuendo, el encaje ribeteado en la orilla del cuello y las grandes mangas que aderezan el vestido con motivos vegetales, le conceden una opulencia que, por otro lado, contrasta marcadamente con la sencillez expresiva del rostro. El tratamiento del fondo rojo, además de dotar a la modelo de elegancia, le otorga profundidad espacial a la obra creando una zona de luz hacia el lado derecho, efecto usado por los pintores del XVIII. En particular la representación de retratos individuales femeninos creció notoriamente durante la centuria en la que se fecha esta obra, al ser el ámbito de la mujer un integrante esencial de la vida cultural dieciochesca y todavía más hacia el siglo XIX.